jueves, 24 de abril de 2014

La habitación número siete.



Retoñan las luces de la noche,
Tiñendo de frío las vértebras columnarias,
que sustentan los faroles del camino incierto.

El fluir del tiempo se hace de nuestros pasos,
Navegando intensamente entre las horas nocturnas.

El sonido del platinado cielo,
Retumba en nuestra aurora fértil,
Y se escabulle poro a poro,
hacia el manto de nuestras almas.

El lenguaje se hace acorde a nuestros dedos,
Y la puerta que nos separa del mundo,
 anuncia nuestro mutuo destino.

El placer se hace gemido,
El espacio se hace inocuo,
El deseo va por sobre nuestras lenguas de fuego,
Y no amerita explicación alguna.
Porque somos hechos de palabras redundantes,
De silencios perfectos,
de sonidos intensamente armónicos.
Y Esculpiéndonos  el uno al otro,
En un vaivén incesante y unificado,
En un vacío más allá de lo observable,
Recuerdo que más allá de esa puerta,
Se encuentra el cielo aclarando,

Y la excusa perfecta para un nuevo día.