sábado, 16 de junio de 2012

Siempre que pueda
encontraré mis sueños
recorreré el infierno
aunque tenga que morir
serás y seré por siempre
misterio soberano y ardiente
inocente y terco que,
amasa un nuevo sentido a la vida.

Cuando menos lo esperes
olvidaras lo que somos
notarás que de lo inevitable
Ausente no podrás estar.




domingo, 10 de junio de 2012

Fragmento (sueños...)

Entre arboles viejos caminan dos enamorados. Van quebrando el silencio del atardecer dorado, con el sonido de hojas secas, aplastadas por los pies descalzos, de estas viejas historias. Rozan con sus manos las cortezas rasgadas de árboles tumbados, que se mantienen inmóviles y orgullosos de conocer el mundo.
El sol, con su manto, cubre cada copa y corteja el vaivén del viento sobre las hojas. El momento se hace eterno y las historias siguen su rumbo hacia el presente, para luego retornar hacia el futuro. A la espera de estas criaturas del tiempo esperan pacientes, dos enamorados que pierden su vista en el horizonte que mece el viento.
Donde se acaba el bosque, crece un nuevo paisaje. Eterno campo verde, lleno de luz dorada y nubes arreboladas. Por encima de cada monte un ser con sus manos alzadas, alimentándose por sus poros, de los últimos rayos del sol, encienden el ritual antes que caiga la noche y se cumpla la profecía de los libros de ficción, que guardan en sus vidríales dorados.
Niños son los que corren los montes, con antorchas en búsqueda de fuego, para alimentar de calor la noche y recogen chocolates escondidos entre matorrales. Las madres revuelven las cacerolas de greda, con agua de glaciar humeante y secretos alquimistas, donde luego verterán ese oro, sobre los ojos de los santos que bajaran de los cielos como el último día.
Los enamorados contemplan de norte a sur, el camino de estos cesares. Lo recuerdos han llegado y palmotean su espalda afectuosamente, como viejos amigos. Susurran a sus oídos que los hechos se repiten, solo es de esperar su llegada. Y cada quien toma de su mano y arropa su frio en el hombro de él o en la cabeza de ella y el momento se vuelve nuevamente eterno, en espera del juicio. Las estrellas se hacen cómplices de un amor desnudo en el fin del bosque, en la espera del fin del mundo.
Sobre el vientre del valle, cae el fuego, se tejen terremotos y dolores de la tierra. Cae una espada sagrada, que cumbre las viñas de sangre, para que Adán y Eva, no vuelvan a este paraíso. Cuatro bestias de fuego cubren cada punto cardinal con recelo y sin ninguna pisca de misericordia al que quiera entrar a esta tierra prometida. El cielo se hace espeso y esas nubes rosadas que enternecían el atardecer, se han escondido por el dolor de esta tierra. Lagrimas caen sobre las beatas de falda. Levantan sus ofrendas de oro y dejan caer agua sobre los niños. Los hombres alzan sus armas y provocan al cielo, se insultan y golpean entre ellos, caen temblorosos algunos del miedo. Hombres con sombreros largos y bastones dorados alzan sus manos, mostrando en sus ojos arrepentimientos mientras niños rubios escapan desnutridos desde sus túnicas.
Del amor de las manos y del desnudo bosque que cubre a los enamorados, nace un alma sin pecado alguno, fruto de un vientre fecundo y de un amor cósmico. Baja el monte sin mirar la realidad de nuestro mundo, sin saborear los mismos sonidos que los nuestros, sin saber que la bala cala la carne y que el fuego hierve el aceite. Él es de otro cosmos y no conoce miedos y como buen niño juega entre las piernas de estos titanes de fuego sin temor a quemarse. Traspasa los umbrales de lo inesperado y posa su espalda sobre el filo de la espada. Saluda de un beso a cada hombre y regala sonrisas. Y estos titanes sobrepasados, quedan tumbados por la ternura.
El cielo se vuelve con un solo rayo, un fino calor de dulzura. El hombre se apacigua y descansa sobre las cacerolas alquimistas. La espada se diluye y baja como agua el caudal del rio. Las mujeres guardan las armas en baúles con polvo de guerra y ya no se escuchan arrepentimientos
Las estrellas rondan la cabeza de esta alma. Revolotean en una sola danza y cubren de oro el vientre del valle. Los enamorados bajan por la pradera iluminada por un solo astro y se posan sobre el valle con el alma entre sus brazos. La tierra se calma y se posa el sol sobre sus hombros.
Nace un nuevo día desde lo opuesto de donde esconde el sol. Comienza el nuevo día con unidad en la manada. Cada hombre ayuda al otro a levantarse de la silla, se dirigen amablemente las palabras.
Los niños siguen siendo niños y crecen al amparo de las decisiones tomadas, las mujeres lustran las ofrendas y limpias las cacerolas para que estén listas a mediana tarde. Los hombres se organizan y palmotean las espaldas, se hacen propios de sus dichos y piden perdón. Así avanza el sol desde la mañana a la tarde. Y cada hombre camina a un monte para esperar con las manos alzadas el atardecer…
- Mi amor, hey, despierta…
- Ah..?
- Despierta, es hora de levantarse, ya salió el sol.
- Ok.

Cómplices.

Cómplices del placer,
nos escondemos bajo la bóveda del cielo,
iluminados por las constelaciones mas remotas.

El sonido del vaivén de los astros,
 cae sobre nuestra coronilla
 hasta el espacio infinito entre los dos cuerpos celestes.

El viento cae como polvo cósmico sobre las huestes infinitas,
 de dos cómplices perdidos de la percepción de los tiempos.
 La noche se tapa del manto de esa luna caprichosa.
Los deseos se hacen más fuertes mientras se nos va escapando.

La barbilla tirita,
los pies se unen como enredaderas,
 los brazos se tejen en un deseo profundo.

La sombra del cielo, se unta del frenesí.

Caen las gotas de este sudor invisible,
sobre el abismo de este rincón improvisado.
 Dos amantes sentados bajo la bóveda del cielo,
 yacen complacidos acompañados.